En la era digital actual, las aplicaciones móviles se han convertido en un elemento vital para las organizaciones. Es innegable que las aplicaciones móviles han revolucionado la forma en que interactuamos con las empresas y los servicios que ofrecen. Desde realizar transacciones en línea, hasta acceder a información crucial en cualquier momento y lugar, estas aplicaciones han simplificado muchas de nuestras actividades cotidianas. Sin embargo, en medio de la carrera por lanzar productos al mercado y satisfacer las demandas del consumidor, las organizaciones pueden pasar por alto un aspecto crucial: la seguridad.
En un entorno donde la información personal y financiera se encuentra al alcance de la mano, cualquier brecha de seguridad podría tener consecuencias devastadoras tanto para los usuarios como para la organización.
Este último tiempo se ha observado un incremento en el número de malware (aplicación con fines maliciosos) orientado a aplicaciones bancarias, así como también a billeteras virtuales. En ocasiones, los creadores de malware intentan convencer a los usuarios de instalar estos aplicativos desde sitios web de dudosa procedencia, proporcionando instrucciones que buscan realizar cambios en las configuraciones del dispositivo con el objetivo de deshabilitar o disminuir las protecciones. Muchas veces las propias tiendas de aplicaciones, como Google Play Store y App Store, se convierten en plataformas para la distribución de estas aplicaciones maliciosas. Camufladas como herramientas legítimas, estas aplicaciones tienen como objetivo atacar a otras y extraer información confidencial de los usuarios o, en algunos casos, realizar transacciones en su nombre.
¿Y cómo es que una aplicación de mi teléfono puede atacar a otra?
Con el objetivo de mejorar la experiencia de usuario, los desarrolladores de aplicaciones móviles utilizan diversos componentes que proveen las diferentes plataformas. Un ejemplo muy común e intuitivo es cuando el dispositivo se desconecta de Internet. La aplicación puede reaccionar a este evento y mostrar un mensaje que indica que no se pueden realizar operaciones momentáneamente. Luego, retoma la actividad al recibir otra notificación cuando la conectividad regresa.
De la misma manera que en el ejemplo anterior, existen numerosos eventos a los que las aplicaciones pueden responder.
Los ciberdelincuentes analizan los componentes de cada aplicación, los eventos a los que reaccionan y la forma como fueron implementadas las distintas funcionalidades. En el caso de que detectasen vulnerabilidades, podrían crear una herramienta que aproveche estas debilidades para robar las credenciales del usuario o realizar operaciones fraudulentas en su nombre. Además, podrían camuflar esta herramienta como si se tratara de un aplicativo de interés general y publicarla en Internet con la idea de que uno o varios usuarios la descarguen e instalen en sus dispositivos. Si esto último sucediera, el actor de amenaza habría logrado su objetivo, estaría en peligro la seguridad de los datos del usuario y, muy probablemente, afectaría la confianza del consumidor en el ecosistema de las aplicaciones móviles.
¿Qué hacer?
Ante esta realidad, es fundamental que las organizaciones prioricen la seguridad en la creación y el mantenimiento de sus aplicaciones. Esto implica implementar prácticas de desarrollo seguro, realizar pruebas de seguridad exhaustivas y estar al tanto de las últimas amenazas y vulnerabilidades. Además, es crucial educar a los usuarios sobre las mejores prácticas de seguridad y ofrecer transparencia en cuanto a cómo se manejan y protegen sus datos.
En resumen, si bien las aplicaciones móviles representan una poderosa herramienta para acercar a las organizaciones a sus clientes y mantenerlos conectados con la tecnología, no podemos pasar por alto los riesgos que podrían traer aparejados. Solo así podremos aprovechar plenamente los beneficios de la era digital sin comprometer la confidencialidad, la disponibilidad o la integridad de los datos de los usuarios.